A nuestras espaldas escuchábamos los llamados al rezo que descendían desde los minaretes de la gigantesca mezquita de Istiqlal y que eran ahogados por las oraciones y cánticos de la muchedumbre que nos rodeaba y que desbordaba la capacidad del lugar. A diferencia de la acera de enfrente, las familias estaban juntas; hombres y mujeres (todas ellas sin velo) compartían la misma ceremonia y nadie había dejado sus zapatos en la puerta. Era el Tercer Domingo de Pascua en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Jakarta. Sigue leyendo
Mayestik
Cada vez que despertaba en Tarma, en la mañana de mi retorno a Lima, salía del hotel y tomaba el camino opuesto, que lleva a Acobamba, para detenerme en el gran campo ferial donde los agricultores de la zona llegan para vender sus productos. A pesar de que había que apresurarse para no quedar atascado en el tráfico de la Carretera Central, difícilmente salía en menos de una hora, pues mi lista mental se iba expandiendo conforme avanzaba de puesto en puesto: papayas, naranjas y plátanos de Chanchamayo, granadillas de Carpapata, papas de formas y colores que jamás vería en Lima y que llegaban de las zonas altas, choclos de granos gigantescos que prometían un festín con el queso que habría de comprar más tarde al pasar por La Oroya. A veces no tenía tiempo de llegar hasta la feria y me contentaba con el mercado central de la ciudad, donde la variedad de productos podía ser menor, pero como compensación se agregaba la oportunidad de conseguir un buen corte de carne de res, adecuadamente empacado para resistir la jornada hasta la costa. Sigue leyendo
Las llaves de Jaime
Jaime Fernández es uno de esos ingenieros de vieja escuela, a quien le disgusta que decidan por él sobre qué curso de actualización llevar, cómo hacer su trabajo, qué procedimientos seguir. Extraña con nostalgia los días en los que era casi venerado cuando llegaba a un pueblo pequeño, su palabra era incuestionable y no existían celulares ni internet para reportarse al jefe. No me interpreten mal: Jaime era un genio, con un olfato envidiable para detectar fallas en los equipos y una simpatía que siempre le abría las puertas. Cuando lo veía conversar me impresionaba la facilidad para caer bien, para ser bienvenido sin recelos, para que cada visita suya fuera un acontecimiento feliz para sus clientes, sean obreros o gerentes. Sigue leyendo
La convivencia
Durante una semana estuve de visita en una mina que tiene el privilegio de estar muy cerca al mar, en la isla de Sumbawa. Para alguien como yo que ha tenido que ir a yacimientos en las alturas de los Andes, el terminar el día en un pequeño hotel frente a una playa casi desierta en el Océano Índico es un cambio que no deja de tener su encanto. Al amanecer, tras desayunar y antes de empezar a trabajar, bajaba hasta la orilla y caminaba unos cincuenta metros mar adentro, sobre una plataforma de piedras y corales, que desaparecía cuando la marea se elevaba. Podía ver cómo se formaban diminutos estanques temporales que albergaban peces, cangrejos, lombrices de mar, que tendrían que convivir hasta el pleamar a menos que alguno terminara siendo el desayuno de otro. Un poco más allá, algunos tablistas (por lo general australianos) aprovechan las olas que se forman cuando termina el lecho de rocas. Sigue leyendo
Tráfico

Kelompok Lima
A poco de haber llegado a Jakarta para asumir un nuevo trabajo, buscando un lugar donde cenar, pasé junto a un restaurante que decía ser mexicano (poco después, cuando conocí al dueño, me enteré de que el chef era en efecto de ese país, aunque nunca lo conocí) y que en ese momento presentaba a un grupo que estaba interpretando una canción que identifiqué como el bolero Me importas tú. En Lima jamás se me hubiera ocurrido sentarme deliberadamente a escuchar ese tipo de música, pero con los días transcurriendo entre hablar inglés y tratar de entender bahasa, la nostalgia del idioma pudo más. Sigue leyendo
Sobre Agujas e Hilos
Hace unos años estuve estudiando portugués, pues gran parte de mi trabajo se desarrollaba en el Brasil. Yo era un convencido de la importancia de alejarse de ese engendro llamado portuñol, aceptable para un turista ocasional, pero fuera de lugar para alguien que tuviera que interactuar con gerentes y obreros, por lo que había pedido a mi jefa que me contratara un profesor particular. Este proceso de aprendizaje tenía que verse reforzado por la lectura, y así me hice de una literatura básica que incluía una historia del Brasil y una selección de los mejores cuentos brasileños de todos los tiempos, además de las historietas de Mauricio de Souza (mi hija se convirtió en una fanática de A Turma da Mônica, lo que llevó a que asimilara un portugués básico casi como jugando) y algunas revistas de actualidad como Veja y Você S/A (a propósito, nunca me quedó claro si el título del libro de Inés Temple, Usted S.A., fue tomado de aquella publicación o si fue al revés). Diccionario en mano comencé a redactar en portugués los mensajes que tuvieran un brasileño como destinatario, y cuando viajaba por trabajo a ese país intentaba mantenerme fuera del español todo lo que fuera posible, aunque no siempre con suerte. Incluso en Manaus fui una noche al impresionante teatro Amazonas, pero me fue muy difícil seguir los diálogos de la obra, cuyo nombre lamentablemente he olvidado. Sigue leyendo
Verdades relativas
Durante mis primeras vacaciones de universidad, antes de cumplir los 18, viajé por tierra hasta Buenos Aires. Era mediados del 86, luego de un primer ciclo de Estudios Generales que me había costado un esfuerzo mucho mayor que el esperado. Iba de mochilero con Rafael, un amigo del colegio, en una ruta que, si bien tenía como destino final la capital argentina, pasaría antes por Santiago, Osorno y, luego de cruzar los Andes, San Carlos de Bariloche.
En Chile aún gobernaba Augusto Pinochet; el plebiscito ocurriría dos años después. Era una época de mejora de imagen que vendía el éxito económico liderado por Hernán Büchi y los llamados «Chicago Boys», que tácitamente justificaba el terror desencadenado en el golpe de estado del 73 con una envidiable recuperación económica. Como una prehistoria de la internet, yo solía sintonizar emisoras en onda corta, y una de las que mejor se captaba era Radio Nacional de Chile, que al ser un vocero oficial describía un país ganador, eficiente. Así que cuando cruzamos la frontera en el control de Chacalluta y la bienvenida nos la daba un letrero con la frase «En orden y paz Chile avanza», la sensación era que estábamos por presenciar la confirmación de que el fin justificaba los medios. Sigue leyendo
Sobre estafadores y (casi) estafados
Leyendo esta mañana El Comercio me encontré con un aviso de una compañía minera en el que informaba que un tal Arturo Rodríguez no era trabajador de dicha empresa ni contaba con poderes para su representación y tampoco tenia vínculo comercial como contratista, consultor o socio estratégico. Esto me recordó un episodio reciente y fui a mi escritorio a revisar mis papeles. Sigue leyendo
Daño colateral
Los comentarios de un personaje público pueden tener efectos inesperados, muchas veces desagradables, sobre ciudadanos comunes que de pronto tenemos la necesidad de interactuar con gente que nos siente, de alguna manera, una extensión de dicho personaje, y por ello pasibles de ser receptores de los sentimientos provocados por lo que dijo. Si se trata de una situación de por sí confrontacional, la falta de buen juicio puede sembrar reacciones hostiles que corren el riesgo de derivar en hechos violentos. Y en el extranjero, esto se siente con más fuerza, ya que por más empatía que encuentre alrededor, uno nunca dejará de ser minoría. Sigue leyendo