Sobre Agujas e Hilos

1024px-Aguja_Hilo_2Hace unos años estuve estudiando portugués, pues gran parte de mi trabajo se desarrollaba en el Brasil. Yo era un convencido de la importancia de alejarse de ese engendro llamado portuñol, aceptable para un turista ocasional, pero fuera de lugar para alguien que tuviera que interactuar con gerentes y obreros, por lo que había pedido a mi jefa que me contratara un profesor particular. Este proceso de aprendizaje tenía que verse reforzado por la lectura, y así me hice de una literatura básica que incluía una historia del Brasil y una selección de los mejores cuentos brasileños de todos los tiempos, además de las historietas de Mauricio de Souza (mi hija se convirtió en una fanática de A Turma da Mônica, lo que llevó a que asimilara un portugués básico casi como jugando) y algunas revistas de actualidad como Veja y Você S/A (a propósito, nunca me quedó claro si el título del libro de Inés Temple, Usted S.A., fue tomado de aquella publicación o si fue al revés). Diccionario en mano comencé a redactar en portugués los mensajes que tuvieran un brasileño como destinatario, y cuando viajaba por trabajo a ese país intentaba mantenerme fuera del español todo lo que fuera posible, aunque no siempre con suerte. Incluso en Manaus fui una noche al impresionante teatro Amazonas, pero me fue muy difícil seguir los diálogos de la obra, cuyo nombre lamentablemente he olvidado.

De mis lecturas, una de las historias que más recuerdo es un pequeño cuento de Joaquim Machado de Assis titulado Um Apólogo, que trata de una discusión entre una aguja y un ovillo de hilo sobre cuál de los dos era más importante. La aguja argumentaba que iba a la vanguardia abriendo caminos que luego seguía el hilo, mientras que éste decía que él era quien finalmente se quedaba en el vestido y se exhibía en la fiesta. Al final de la historia, efectivamente la aguja termina encerrada en un costurero mientras que el hilo era admirado en el salón de baile, como parte de la indumentaria de una baronesa.

Como ingeniero no es extraño terminar dedicado a labores de poca visibilidad como producción o mantenimiento, mientras que áreas como ventas o marketing son las que cierran contratos y aparecen en la foto, como los hilos del cuento. Esto forma parte de la dinámica normal de una organización donde las funciones son complementarias. El problema surge cuando las agujas se frustran por serlo, los hilos piensan que el mérito es sólo de ellos o la costurera (la empresa, se entiende) no hace el esfuerzo de reconocer la importancia de ambos en el resultado final.

Agujas e hilos. Sin importar la época o el color del pasaporte, siempre conviviremos, y corresponde a cada uno aceptar el rol que libremente tomó y ser consciente de la interdependencia en el trabajo. Claro que este es un proceso de aprendizaje, y habrán grandes metidas de pata en el camino. Como cuando estaba en mi tercera práctica aún en la universidad, en la planta de jabones de una conocida multinacional.

Esta empresa tenía la saludable costumbre de convocar estudiantes de varias universidades para laborar en sus diferentes departamentos, como finanzas, publicidad, ventas y producción. Para mi, ver el proceso desde la elaboración del jabón hasta su envasado era una experiencia fascinante, no sólo por los resultados, sino por los problemas que había que afrontar, en particular la corrosión de los equipos por el uso de agua con sal para evitar que el producto se quede adherido a las estampas que daban forma a la barra de jabón. Eran máquinas que evidenciaban un avanzado estado de corrosión debido a que la sal terminaba por todos lados. No dejaba de sorprenderme descubrir que los jabones que uno compraba en el supermercado tuvieran detrás una historia tan compleja.

Cerca del final del tiempo establecido para la práctica todos intentábamos conseguir prórrogas, pues varios conocidos habían llegado incluso a hacer carrera en esta empresa. De pronto, llegó una invitación que decía Breakfast with General Manager, así en un innecesario inglés. Era una convocatoria dirigida a todos los practicantes para compartir nuestras experiencias con la Gerente General. Como en el tiempo que había estado practicando no la había visto por la planta, ingenuamente pensé que era una buena oportunidad para comentarle los problemas que había encontrado.

El día del desayuno estábamos todos los practicantes. Era la sala del directorio en las oficinas centrales. Varios mozos se preocupaban en que no nos faltara nada mientras cada uno iba presentándose. Todos los que me antecedieron, de finanzas, ventas y publicidad, manifestaban lo eternamente agradecidos que estaban de haber podido aprender tanto de una empresa de esta envergadura. Para mi lo curioso era que nadie manifestaba haber hecho algún aporte, así que decidí cambiar el enfoque y hablé de lo dedicado que estaba a resolver el problema de corrosión que afectaba a equipos que en muchos casos estaban cerca del fin de su vida útil y que estaban ocasionando un importante volumen de producto para reprocesar.

El rostro de la Gerente General cambió. Fue evidente que no se esperaba escuchar problemas durante el desayuno. Cuando mencionó que el Gerente de Planta seguramente estaba al tanto de las cosas y que este tipo de situaciones debían canalizarse a través de él comprendí que no había sido una estrategia inteligente. Tocaba agradecer a la empresa, no discutir problemas con practicantes. Me había convertido en el aguafiestas de la reunión.

Más adelante, con una mayor experiencia, entendí que descubrir una dificultad es simple y que el reto es acompañarla con una posible solución y el impacto económico para el negocio. Eso obliga a ver las cosas desde varios ángulos y a involucrar otras personas.

Obviamente, no me renovaron la práctica, a diferencia de algunos de los que manifestaban su deslumbramiento. Y es que sin hilos, las agujas no llegamos lejos…y viceversa.

Hong Kong, setiembre del 2013

P.D. Copio el cuento de Machado de Assis. La traducción es mía.

Un Apólogo

Había una vez una aguja, que le dijo a un ovillo de hilo:

– ¿Por qué estás con ese aire, tan lleno de ti, todo enrollado, para fingir que vales algo en este mundo?

– Déjeme, señora.

– ¿Que te deje? ¿Que te deje, por qué? ¿Porque te digo que estás con un aire insoportable? Repito que sí, y hablaré siempre que me surja algo en la cabeza.

– ¿Qué cabeza, señora? Usted no es un alfiler, es una aguja. Y las agujas no tienen cabeza. ¿Qué le importa el aire que tenga? Cada cual tiene el aire que Dios le dio. Ocúpese de su vida y deje tranquila a la de los otros.

– Pero sí que eres orgulloso.

– Pues sí que lo soy.

– ¿Pero por qué?

– ¡Vaya pregunta! Porque coso. Tome el caso de los vestidos de nuestra ama, ¿quién los cose sino yo?

– ¿Tú? Esto sí que es bueno. ¿Tú eres quien los cose? ¿Ignoras que quien los cose soy yo, y principalmente yo?

– Usted perfora la tela, nada más; yo soy quien cose, junto una pieza a la otra, doy forma a los pliegues…

– Sí, pero ¿qué vale eso? Yo soy quien perfora la tela, voy adelante, empujando por ti, que vienes atrás, obedeciendo a lo que yo hago y ordeno…

– También los exploradores van delante del emperador.

– ¿Tú emperador?

– No digo eso. Pero la verdad es que usted juega un papel subalterno al ir adelante; va sólo mostrando el camino, va haciendo el trabajo oscuro e ínfimo. Yo soy el que prende, une, junta…

Estaban en esto, cuando la costurera llegó a la casa de la baronesa. No sé si dije que esto pasaba en casa de una baronesa, que tenía a la modista a sus pies, para no andar tras ella. Llegó la costurera, cogió la tela, cogió la aguja, cogió el hilo, enhebró el hilo en la aguja, y se puso a coser. Una y otra iban avanzando orgullosas, a través de la tela, que era la mejor de las sedas, entre los dedos de la costurera, ágiles como los galgos de Diana –  para dar a esto un color poético. Y decía la aguja:

– Entonces querido mío, ¿todavía insistes en lo que decías hace un momento? No reparas en que a esta distinguida costurera sólo le intereso yo; soy yo quien va aquí entre sus dedos, muy unida a ellos, perforando por debajo y por encima…

El hilo no respondía nada; iba avanzando. Agujero abierto por la aguja era luego llenado por él, silencioso y altivo, como quien sabe lo que hace, y no está para oír palabras locas. La aguja, viendo que éste no le respondía, también se calló, y siguió avanzando. Y era todo silencio en la sala de costura; no se oía más que el plic-plic-plic-plic de la aguja en la tela. Al caer el sol, la costurera dobló su trabajo, para el día siguiente; continuó todavía en ese y en el subsiguiente, hasta que en el cuarto acabó la obra, y se quedó esperando el baile.

Llegó la noche del baile, y la baronesa se vistió. La costurera, que la ayudó a vestirse, llevaba la aguja clavada en el corpiño, para dar algún punto necesario. Y mientras componía el vestido de la bella dama, y jalaba hacia un lado y hacia el otro, doblando de aquí o de allí, alisando, abotonando, enganchando, el hilo, para burlarse de la aguja, le preguntó:

Ahora pues, dígame, ¿quién va al baile, en el cuerpo de la baronesa, formando parte del vestido y de la elegancia? ¿Quién bailará con ministros y diplomáticos, mientras usted regresa a la cajita de costura, antes de acabar en el cesto de las mucamas? Vamos, dígalo.

Parece que la aguja no dijo nada; pero un alfiler, de cabeza grande y no poca experiencia, murmuró a la pobre aguja: – Anda, aprende, boba. Te cansas en abrir camino para él y es él quien va a gozar de la vida, mientras tú te quedas ahí en el costurero. Haz como yo, que no le abro el camino a nadie. Donde me clavan, me quedo.

Conté esta historia a un profesor de melancolía, que me dijo, sacudiendo la cabeza: – ¡También yo he servido de aguja a tanto hilo ordinario!

Joaquim Machado de Assis, en Os melhores contos brasileiros de todos os tempos, Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 2009.

 

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