A poco de haber llegado a Jakarta para asumir un nuevo trabajo, buscando un lugar donde cenar, pasé junto a un restaurante que decía ser mexicano (poco después, cuando conocí al dueño, me enteré de que el chef era en efecto de ese país, aunque nunca lo conocí) y que en ese momento presentaba a un grupo que estaba interpretando una canción que identifiqué como el bolero Me importas tú. En Lima jamás se me hubiera ocurrido sentarme deliberadamente a escuchar ese tipo de música, pero con los días transcurriendo entre hablar inglés y tratar de entender bahasa, la nostalgia del idioma pudo más.
Grande fue mi sorpresa cuando al entrar vi que todos los que cantaban eran indonesios. Lo hacían en un español bastante aceptable, y tenían un repertorio que incluía El bodeguero y Guantanamera. Era un quinteto, con un vocalista, un percusionista, dos guitarristas y uno a cargo de las maracas. Para ser un día de semana, había una cantidad interesante de gente, entre los que eran evidentes varios extranjeros, seguramente “expatriados” que trabajaban en oficinas cercanas. Eso sí, a mi alrededor, no distinguí a nadie con cara de tener al español como lengua materna. En una de las pausas de la presentación, me levanté y me acerqué a felicitar a los músicos, pues estaba impresionado por lo bien que hablaban mi idioma. Sólo que se los decía en español.
Se miraban entre ellos, incómodos. Finalmente el vocalista, quien se presentó como Tony, me dijo, algo avergonzado, en un inglés básico, que no me entendían, pues ellos no hablaban español y que habían aprendido a cantar escuchando discos y practicando en un karaoke. “¿O sea que no saben qué significa toma chocolate, paga lo que debes?” “No”. Les divertía cómo sonaba, al público le gustaba y nadie más interpretaba esas canciones, así que tenían un nicho que habían sabido explotar y les iba bien. Les encantaría entender lo que estaban cantando, pero no abundan los profesores de español en esta ciudad. Y claro, tampoco es que acá los músicos ganen como para darse esos lujos.
El repertorio era amplio, incluyendo desde el clásico Caballo viejo hasta temas más modernos como La camisa negra y Lamento boliviano. Escuchándolos con más atención se podía notar que buscaban imitar al intérprete de manera integral, incluso en la entonación. En el caso de Caballo viejo, por ejemplo, era bastante notorio que habían tomado la versión de los Gipsy Kings.
Tony y su grupo están aprovechando una particularidad que hermana involuntariamente al indonesio con el español: la pronunciación. Con muy pocas excepciones, las sílabas en ambos idiomas se leen igual. En sentido inverso, para un latinoamericano es fácil leer una frase en indonesio aunque no entienda nada. El problema principal es de memoria: las raíces de las palabras son muy distintas lo que obliga a tener que recordar muchos términos, incluso los básicos. Como curiosidad, cuando les dije que era de Lima, hicieron con la mano el gesto del cinco, pues así se dice ese número en su lengua. Entonces, recordando que kelompok quiere decir “grupo”, se me ocurrió sugerirles un nombre artístico, que es el título de esta historia.
Este encuentro extraño estuvo motivado por la nostalgia del idioma. Y es que es un tema de escalas: el concepto de “mi tierra” se va extendiendo conforme uno se aleja de ella. Si el cambio es dentro de un mismo país, mi tierra será mi ciudad natal; dentro de América Latina hará referencia al país; pero en Indonesia, con sólo setenta peruanos entre doscientos cincuenta millones, no es posible ser tan específico. Entonces “mi tierra” se vuelve Iberoamérica, pues el idioma termina siendo un elemento de identidad.
No se trata de renunciar al pasaporte, pero sí de reconocer que a la distancia nuestra afinidad musical hace que nos tomemos la licencia de hacer de Juanes y de Los Enanitos Verdes parte de nuestro patrimonio, seamos mexicanos o peruanos. Especialmente si el recién bautizado Kelompok Lima no tiene La flor de la canela y Tony, como vocalista, se resiste a cantar el Toro mata.
Jakarta, Setiembre del 2013