En el asiento posterior del taxi, en la inmovilidad del tráfico de la Jalan Jenderal Sudirman, veo pasar los buses del Transjakarta, en su carril exclusivo. «Pago diez veces más y voy diez veces más lento. Además, los buses se ven bastante libres», pienso esperanzado. Estoy aprendiendo a desplazarme en Jakarta, una ciudad inmensa con un sistema de transporte público limitadísimo y una población de autos y motocicletas que sobrepasa la capacidad de su sistema vial.