Hace unos años estuve estudiando portugués, pues gran parte de mi trabajo se desarrollaba en el Brasil. Yo era un convencido de la importancia de alejarse de ese engendro llamado portuñol, aceptable para un turista ocasional, pero fuera de lugar para alguien que tuviera que interactuar con gerentes y obreros, por lo que había pedido a mi jefa que me contratara un profesor particular. Este proceso de aprendizaje tenía que verse reforzado por la lectura, y así me hice de una literatura básica que incluía una historia del Brasil y una selección de los mejores cuentos brasileños de todos los tiempos, además de las historietas de Mauricio de Souza (mi hija se convirtió en una fanática de A Turma da Mônica, lo que llevó a que asimilara un portugués básico casi como jugando) y algunas revistas de actualidad como Veja y Você S/A (a propósito, nunca me quedó claro si el título del libro de Inés Temple, Usted S.A., fue tomado de aquella publicación o si fue al revés). Diccionario en mano comencé a redactar en portugués los mensajes que tuvieran un brasileño como destinatario, y cuando viajaba por trabajo a ese país intentaba mantenerme fuera del español todo lo que fuera posible, aunque no siempre con suerte. Incluso en Manaus fui una noche al impresionante teatro Amazonas, pero me fue muy difícil seguir los diálogos de la obra, cuyo nombre lamentablemente he olvidado. Sigue leyendo
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Verdades relativas
Durante mis primeras vacaciones de universidad, antes de cumplir los 18, viajé por tierra hasta Buenos Aires. Era mediados del 86, luego de un primer ciclo de Estudios Generales que me había costado un esfuerzo mucho mayor que el esperado. Iba de mochilero con Rafael, un amigo del colegio, en una ruta que, si bien tenía como destino final la capital argentina, pasaría antes por Santiago, Osorno y, luego de cruzar los Andes, San Carlos de Bariloche.
En Chile aún gobernaba Augusto Pinochet; el plebiscito ocurriría dos años después. Era una época de mejora de imagen que vendía el éxito económico liderado por Hernán Büchi y los llamados «Chicago Boys», que tácitamente justificaba el terror desencadenado en el golpe de estado del 73 con una envidiable recuperación económica. Como una prehistoria de la internet, yo solía sintonizar emisoras en onda corta, y una de las que mejor se captaba era Radio Nacional de Chile, que al ser un vocero oficial describía un país ganador, eficiente. Así que cuando cruzamos la frontera en el control de Chacalluta y la bienvenida nos la daba un letrero con la frase «En orden y paz Chile avanza», la sensación era que estábamos por presenciar la confirmación de que el fin justificaba los medios. Sigue leyendo