El Búfalo

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– ¿Recuerdas a Satya? – Me preguntó Subandi, mientras desayunábamos en el comedor de la mina.
– ¿El Jefe de Seguridad de la planta concentradora? Claro, ayer no me dejó ingresar porque no tenía puestos los lentes de seguridad cuando iba a inspeccionar el molino. “Maaf Pak Elmer, son las reglas. Además, estoy cuidando tu vida”. Tuve que regresar a mi habitación; y en ir y venir perdí casi toda la mañana. ¿Qué pasó con él?
– Ayer, de regreso a su casa, al terminar una curva, un búfalo apareció de pronto, parado en medio de la pista. Aparentemente iba muy rápido y no tuvo tiempo de esquivarlo; su motocicleta se estrelló contra el animal. No llevaba casco. El impacto lo mató.
Subandi me miraba fijamente. Más que conmovido, parecía que me estudiaba, como un antropólogo aficionado, queriendo saber cuál era la reacción de un extranjero, un bule, ante una muerte tan absurda.
– ¿No llevaba casco? – Comenté, y una mueca que imitaba una sonrisa se insinuó en el rostro de mi amigo. – Satya se ganaba el sueldo cuidando que nadie entrara a su santuario sin los implementos de seguridad adecuados. ¿Y me dices que se estampó contra un búfalo por hacer exactamente lo contrario?
– Fuera de la mina seguimos siendo nosotros, Pak. – Respondió Subandi, triunfante, como si hubiera adivinado mi comentario. – Quizás se olvidó el casco como tú los lentes, pero allá afuera él es su propio jefe y la policía aquí en Benete no te molesta como en Yakarta, así que decidió ir a su casa antes del anochecer. Además, sólo Alá conoce el día de tu muerte, ¿no es verdad?
Me quedé pensativo, procesando el fatalismo de Subandi, esa convicción de que, a pesar de todo lo que avancemos, la naturaleza humana siempre encontrará cómo dispararse en el pie.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, – murmuré casi para mis adentros.
– ¿Qué?
– Nada. Sólo me acordé de un amigo.

Lima, Abril del 2020