El Búfalo

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– ¿Recuerdas a Satya? – Me preguntó Subandi, mientras desayunábamos en el comedor de la mina.
– ¿El Jefe de Seguridad de la planta concentradora? Claro, ayer no me dejó ingresar porque no tenía puestos los lentes de seguridad cuando iba a inspeccionar el molino. “Maaf Pak Elmer, son las reglas. Además, estoy cuidando tu vida”. Tuve que regresar a mi habitación; y en ir y venir perdí casi toda la mañana. ¿Qué pasó con él?
– Ayer, de regreso a su casa, al terminar una curva, un búfalo apareció de pronto, parado en medio de la pista. Aparentemente iba muy rápido y no tuvo tiempo de esquivarlo; su motocicleta se estrelló contra el animal. No llevaba casco. El impacto lo mató.
Subandi me miraba fijamente. Más que conmovido, parecía que me estudiaba, como un antropólogo aficionado, queriendo saber cuál era la reacción de un extranjero, un bule, ante una muerte tan absurda.
– ¿No llevaba casco? – Comenté, y una mueca que imitaba una sonrisa se insinuó en el rostro de mi amigo. – Satya se ganaba el sueldo cuidando que nadie entrara a su santuario sin los implementos de seguridad adecuados. ¿Y me dices que se estampó contra un búfalo por hacer exactamente lo contrario?
– Fuera de la mina seguimos siendo nosotros, Pak. – Respondió Subandi, triunfante, como si hubiera adivinado mi comentario. – Quizás se olvidó el casco como tú los lentes, pero allá afuera él es su propio jefe y la policía aquí en Benete no te molesta como en Yakarta, así que decidió ir a su casa antes del anochecer. Además, sólo Alá conoce el día de tu muerte, ¿no es verdad?
Me quedé pensativo, procesando el fatalismo de Subandi, esa convicción de que, a pesar de todo lo que avancemos, la naturaleza humana siempre encontrará cómo dispararse en el pie.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, – murmuré casi para mis adentros.
– ¿Qué?
– Nada. Sólo me acordé de un amigo.

Lima, Abril del 2020

 

La convivencia

IMG_0957Durante una semana estuve de visita en una mina que tiene el privilegio de estar muy cerca al mar, en la isla de Sumbawa. Para alguien como yo que ha tenido que ir a yacimientos en las alturas de los Andes, el terminar el día en un pequeño hotel frente a una playa casi desierta en el Océano Índico es un cambio que no deja de tener su encanto. Al amanecer, tras desayunar y antes de empezar a trabajar, bajaba hasta la orilla y caminaba unos cincuenta metros mar adentro, sobre una plataforma de piedras y corales, que desaparecía cuando la marea se elevaba. Podía ver cómo se formaban diminutos estanques temporales que albergaban peces, cangrejos, lombrices de mar, que tendrían que convivir hasta el pleamar a menos que alguno terminara siendo el desayuno de otro. Un poco más allá, algunos tablistas (por lo general australianos) aprovechan las olas que se forman cuando termina el lecho de rocas. Sigue leyendo

Daño colateral

shutterstock_129734645Los comentarios de un personaje público pueden tener efectos inesperados, muchas veces desagradables, sobre ciudadanos comunes que de pronto tenemos la necesidad de interactuar con gente que nos siente, de alguna manera, una extensión de dicho personaje, y por ello pasibles de ser receptores de los sentimientos provocados por lo que dijo. Si se trata de una situación de por sí confrontacional, la falta de buen juicio puede sembrar reacciones hostiles que corren el riesgo de derivar en hechos violentos. Y en el extranjero, esto se siente con más fuerza, ya que por más empatía que encuentre alrededor, uno nunca dejará de ser minoría. Sigue leyendo