Sobre estafadores y (casi) estafados

shutterstock_124904123Leyendo esta mañana El Comercio me encontré con un aviso de una compañía minera en el que informaba que un tal Arturo Rodríguez no era trabajador de dicha empresa ni contaba con poderes para su representación y tampoco tenia vínculo comercial como contratista, consultor o socio estratégico. Esto me recordó un episodio reciente y fui a mi escritorio a revisar mis papeles.

Durante la primera mitad del 2013 impulsé mi propia empresa orientada al desarrollo de proyectos de iluminación de bajo consumo, una aventura a la que las circunstancias me han llevado a poner pausa con la promesa de personal de retomarla cuando sea oportuno. Como parte de la estrategia para aumentar su exposición participé en una feria organizada por el Colegio de Ingenieros del Perú, el CONIMERA. Era un evento pequeño, pero dado que los asistentes eran principalmente profesionales me pareció una tribuna interesante. Una de esas tardes se acercó a mi puesto un tipo bajo, rechoncho, de rostro colorado, que se presentó como asesor local de una de las compañías mineras más grandes del mundo, encargado de buscar contratistas para desarrollar diversos proyectos en la mina.

Para alguien que está comenzando un negocio la sola mención de una empresa de esa envergadura suena a una oportunidad caída del cielo. Este hombre, quien dijo ser el ingeniero Arturo Rodríguez, afirmaba que reportaba directamente al gerente general de la minera y que en breve tendría una reunión con él para discutir sobre qué proveedor se encargaría de qué. Recuerdo que mientras hablaba proporcionaba una serie de detalles que agregaban credibilidad a la situación. Yo pensaba en la posibilidad de instalar luminarias en el campamento y en los talleres. Comenzaba a soñar despierto. Hasta que me entregó su tarjeta de presentación.

El cartón, de un color entre verde y marrón, tenía en el cuadrante superior izquierdo una fotografía en la que se veía a un hombre (me imagino que él) parado entre una pizarra y una mesa de honor, en actitud de dictar una conferencia. Al costado, aparecía l denominación de su empresa con la descripción «Consultores de Ingeníera» (sic) y luego el nombre de Arturo Rodríguez, «Ingeniero Consultor de Ingenierías & Gerente de Proyectos».

Si la foto y los títulos mal escritos ya parecían sospechosamente recargados, lo que terminaba desfigurando todo era un papel mal recortado, adherido justo debajo de la fotografía, donde estaba impresa la dirección, cuatro números telefónicos y un correo de Yahoo («la imprenta se equivocó al hacer las tarjetas», me dijo). Finalmente, si por alguna razón dudábamos de la capacidad de este sujeto, al reverso de la tarjeta se tenían seis fotografías con su respectiva leyenda: petróleo y gas, edificación, energía, minería, saneamiento y (copio textualmente) utopistas y carreteras.

En ese momento yo estaba convencido que aquí había algo que no encajaba. Era imposible que esta minera contratara a un «Consultor de Ingeníera experto en Utopistas». Así que sonreí, dejé que terminara de hablar y me olvidé del tema. Sin embargo, pocos días después me llegó un correo electrónico, enviado por el mismo Rodríguez, en el que repetía esencialmente lo mismo que había comentado durante la feria, invitándome a coordinar una reunión para presentarle los productos que podía ofrecer a la mina, incluyendo precios y plazos de entrega. Mencionaba la fecha estimada para culminar las obras previas a la explotación en la mina así como la envergadura del proyecto. Reiteraba que esperaba una pronta respuesta antes de su subida al campamento para conversar con el gerente general, a quien llamaba por su nombre.

Si bien la redacción era bastante pobre, no dejaba de ser verosímil. Debo confesar que me entró la duda sobre si me había dejado llevar por el mal gusto de la tarjeta y que con un poco de indulgencia de mi parte podía tener la oportunidad de participar en uno de los proyectos mineros más grandes del país. Pero una segunda revisión del mensaje terminaron por convencerme que había gato encerrado.

El mensaje estaba copiado supuestamente al gerente general de la compañía minera, pero la dirección de correo electrónico, si bien tenía la extensión del servidor correcta, erraba deliberadamente en el nombre, con la evidente intención de agregar credibilidad pero sin alertar a la mina. La firma del mensaje tenía un nuevo cargo, «Project Superintendent and works (i)» que describía en mal inglés un puesto. Y si tenía ya el cargo de superintendente, era sospechoso que continuara enviando mensajes desde un servidor como Yahoo.

Convencido de lo turbio de la situación decidí no responder el mensaje y me olvidé de él, hasta que leí el aviso en El Comercio, cinco semanas después, confirmando mis sospechas. Me pregunto si alguien habrá caído en el engaño. Ojalá que haya sido detenido a tiempo.

Pero no es la primera vez que me veía ante un estafador. Hace unos años, cuando tenía un negocio de artículos para zurdos, recibí la llamada de un supuesto oficial del ejército, el Comandante Eduardo Hernani Frania, quien tenía el encargo de comprar un obsequio para el Comandante General, quien era zurdo. Me dijo que necesitaba reunirse conmigo con urgencia así que lo invité a mi oficina donde estaba en ese momento con Miriam, mi esposa.

Hernani Frania llegó en un impecable terno negro haciendo el ademán de haber ordenado a su chofer que lo esperara a la vuelta. De buenos modales, parecía una persona correcta. Me entregó su tarjeta, la que no me despertó ninguna sospecha, a pesar de decir «Comandante Ejército Peruano» y no «Teniente Coronel E.P.», consignar una dirección de Hotmail y no tener más que un número celular. Lo que Hernani describió era cómo se había dado la feliz coincidencia de que el número de oficiales zurdos era especialmente elevado, con el Comandante General encabezando la lista, por lo que se tenía una partida para dotar a todos con artículos especiales para facilitar su trabajo. Se trataba de alrededor de ciento cincuenta «canastas».

Ahora me río por haber creído por un minuto que esto fuera posible, pero en ese momento Hernani Frania me inspiró confianza y entonces comencé a imaginar la mayor venta de artículos que había hecho hasta ese momento. Su estrategia era que él me ayudara acelerando mi registro como proveedor del Ejército y que le entregara los artículos que necesitaba para poder cumplir con el requerimiento de su jefe, para luego recibir el pago. Quien malició más rápido fue Miriam, quien para mi sorpresa comenzó a seguirle la corriente, haciendo una lista de productos especializados que habría que suministrar para cada oficial: tijera, sacacorchos, navaja, abrelatas, pluma fuente, regla y una taza con una impresión alusiva («Dios creó unos pocos seres perfectos; el resto son diestros»). Yo escuchaba confundido cómo crecía la lista y me comenzaba a preocupar sobre cómo cumplir satisfactoriamente con las fuerzas armadas de mi país.

Cuando la relación parecía completa a satisfacción de Hernani, éste dijo:

– Bueno, entonces tendría que llevarme los artículos ahora pues el General los necesita entregar la próxima semana.

– ¿La próxima semana? Lamentablemente no es posible – respondí inquieto, culposo – Tenemos que importar la mayoría, y eso con suerte nos puede tomar tres semanas, si no es un mes.

– Los necesitamos con urgencia. El cumpleaños del General es este fin de semana, y debemos entregarle el obsequio exactamente en la fecha.

– Comandante, – dijo Miriam – le sugiero lo siguiente: le preparamos una muestra con los productos que vendrán en el juego para cada oficial y se lo entrega al General para su cumpleaños. Mientras tanto, formalizamos el registro de proveedores y nos envía la orden de compra para hacer la importación.

Hernani se quedó pensativo, mirándonos. La verdad es que no había mucho que pudiera llevarse en ese momento. Quizás sospechó que había sido descubierto, pues finalmente aceptó llevarse el juego de muestra que sería el regalo para el Comandante General del Ejército, líder de una casta de oficiales zurdos.

Le entregamos una bolsa. Prometió comunicarse a la brevedad para indicarnos los pasos para registrarnos como proveedores del Ejército. Al salir volteó hacia mi y me preguntó:

– ¿Sabe dónde puedo tomar un taxi?

– ¿Y su chofer, comandante?

– No sé; parece que se tuvo que ir.

Hernani cruzó la calle hacia la avenida, yo cerré la puerta pensando en lo ocupado que puede estar un chofer del Ejército. Regresé a la sala, donde Miriam me aguardaba. Al verme me dijo:

– Era un estafador.

– ¿Cómo?

– ¿En verdad creíste que podía haber tanto zurdo en el Ejército?

– ¿Y para qué querría robarnos tijeras para zurdos?

– No sé. El placer de engañar, supongo. Había que sacarlo de aquí. Felizmente se fue tranquilo llevándose unas cuantas cosas. Creo que es un buen precio para aprender una lección que espero no haya que estudiar otra vez.

Corrí a la computadora y busqué información sobre Hernani Frania. Encontré una noticia de La República que describía cómo había estafado a un escultor famoso quien le entregó una de sus obras para el cumpleaños del Comandante General del Ejército. Se trataba pues de un militar, zurdo y amante de las artes. Algo me decía que estaba ante una combinación altamente improbable.

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